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Trece meses desde que salí de Colombia a un viaje soñado del que ustedes fueron testigos. Bueno, al menos durante un corto periodo de tiempo. Exactamente hasta hace seis meses, dónde la incertidumbre se apoderó de mí y me alejó de las letras y de todo lo que me era familiar. Ahora vuelvo, después de muchas semanas de decirme a mí misma «cuando te sientas mejor» pero con la mente y el cuerpo en un estado de shock del que todavía se están recuperando. Vuelvo porque quiero contarles dónde estoy, que estoy haciendo y un poco de esas historias que he encontrado en el camino y que me han llenado el corazón de alegría y calidez a pesar de estar tan lejos del lugar que llamé hogar por tantos años.

Hay días en donde me siento plena y feliz, sorprendida ante todos aquellos detalles que son nuevos para mí. Otros días, como hoy, mientras escribo esto, donde solo puedo lagrimear y la sonrisa se borra de mi cara. La incertidumbre de lo que pasará, la impotencia ante varias situaciones, el desasosiego de no poder decir que no ante ciertas situaciones. Me gotea la nariz, como si el agua de mi cuerpo quisiera ser parte de la llovizna que cae afuera, como si quisiera unirse a su baile. La lluvia llega y desbanca el buen clima que venía embelleciendo a Barcelona en las últimas semanas.

Así es. Llegué a Barcelona a finales de octubre y desde entonces todo ha sido una aventura. Una montañarusa, como dicen por ahí, con sus altibajos constantes, típico en la vida de cualquier migrante. Esta ciudad del mediterráneo atrae a miles de turistas por año y se convierte en hogar para más de un extranjero que busca hacer sus sueños realidad en este continente.

Me tomó mucho retomar la escritura para ustedes. Excusas como que se me dañó el celular con el que tomaba fotos de buena calidad, que me estaba adaptando, que no tenía tiempo y que no quería sentarme ante la pantalla del computador a plasmar mis ideas me fueron consumiendo poco a poco, pero algo hizo clic dentro de mí esta semana y decidí enterrar esas excusas y continuar con esta pasión que me da vida: escribir.

En este tiempo en Barcelona he vivido aventuras increíbles y conocido gente maravillosa. Personas como Ángeles, la señora española que viene a dejar el correo a casa. Claudia, la que limpia el edificio. Clarita, la brasileña que hace el turno de la mañana en la cocina del bar donde trabajo. Diana y Carolina, las amigas que me alegra tener cerca. Alex, Juan, Rocío, Axel y Abi, algunas de las personas con las que comparto el turno nocturno. Tantos otros nombres que se quedan por fuera de esta lista, pero a quienes tengo mucho por agradecerles.

Visitar la Sagrada Familia, probar diferentes cervezas en un festival de cerveza, acostarse en la playa de un pueblo costero cerca de Tarragona en invierno, recorrer las calles de Girona, perderse por los callejones de la zona antigua de Barcelona y encontrar tiendas que venden productos curiosos. Comer los platos típicos de España o comprar en supermercados con productos asiáticos. Esta ciudad me da vida, me sorprende con sus múltiples opciones para entretenerse y con las miles de historias que encuentro en los personajes que se cruzan en mi camino.

Me gusta que aquí en Barcelona perderse por las calles significa ganar conocer otros lugares. Si las calles hablarán dirían que tienen siglos de historia y probablemente contarían secretos que yo estaría dispuesta a escuchar. En Barcelona, o en España en general, los dias se alegran con fiestas y las noches son largas, sobre todo en verano, estación que está a punto de empezar y que tengo muchas ganas de experimentar. Un resumen perfecto para lo que han sido mis meses acá en Barcelona sin escribirles: risas, abrazos, encuentros, una sensación de que no estoy en una película. De que aquí la vida es así y no pienso desaprovecharla.

 

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