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Me hubiese gustado que fueras tú quien me acompañara a visitar este pueblo marroquí, conocido como la perla azul por que todas sus calles están pintadas de éste, el que sabes bien es mi color favorito. Aunque iba en muy buena compañía, te tuve presente en todo momento. Hubiera sido lindo que me abrazaras cuando tuve frío en el bus y que nos bajáramos juntos en el parador a observar el paisaje.

Pero como no has venido conmigo, quiero escribirte esta carta para antojarte de acompañarme la próxima vez que vuelva. En cuanto a presupuesto, te prometo que no es mucho el que gastaríamos. Son 90 dirhams cada trayecto de bus y desde Fez, tardamos cuatro horas en llegar. El bus es super cómodo y hasta con aire acondicionado, muy diferente a lo que esperas si vienes desde Colombia. Siempre vamos subiendo y al llegar a Chefchauen, es hermoso ver todas las casas blancas y azules enclavadas en la montaña, que tiene un poco de verde, pero mucho más café y gris por las rocas que sobresalen.

La estación de bus en este pueblo está muy cerca de la zona antigua y lo que hicimos fue caminarla para empezar a sentirnos parte de ella desde el principio. No te miento al decir que taxis, postes de luz, pinturas sobre la pared y puertas son todas de diferentes tonos de azul y que estaba tan dichosa que no podía esconder la sonrisa.

Llegar al hostal fue fácil porque teníamos conexión a internet. A pocos metros de una de las puertas principales de la Medina encontramos la entrada a nuestro alojamiento, sencillo, pero con todo lo necesario para pasar la noche. 75 dirhams para agregar al presupuesto, lo que cuesta una noche en cualquier otra ciudad de Marruecos. En mi cabeza suena una canción que ponemos todos los días en el hostal de Fez – se llama “Intento” y la canta Ulises Bueno. Te lo digo porque quiero compartir contigo todo lo que pasa por mi cabeza, teniendo en cuenta que has estado en ella todo el tiempo.

Salimos a caminar de una porque no queremos perder ningún instante. Son las cuatro de la tarde y se siente un viento agradable. Hay mucha gente, entre locales y extranjeros. Las esquinas preparadas para la foto típica te cobran 5 dirhams pero preferimos seguir de largo y encontrar rincones desocupados, donde las fotos quedan preciosas. Es que no hay como perderse entre tanto azul, tantas fuentes y puertas coloridas. Gatitos, en cada esquina. Perros y burros, no tantos. Los avisos en cada calle están es español y en árabe. Escuchamos más de veinte lenguas diferentes y nos animamos a seguir caminando hasta bajar a un parque con una fuente en la mitad, que me hace recordar uno que otro parque de mi ciudad, pero más limpio y organizado.

Una botella de agua puede costar entre 7 y 10 dirhams, un plato de kebab 40 dirhams. Hay restaurantes para todos los gustos y pienso en ti cuando veo tu comida favorita, creo que disfrutaríamos al sentarnos en una de estas terrazas a disfrutar la sazón marroquí y la vista tan particular. Seguiríamos el camino para antojarnos de todos los souvenirs. Imanes, postales, sombreros, bolsos, pinturas para colgar en casa, tapetes y ponchos. Casi todos en colores que resaltan sobre las paredes azules. Me estoy volviendo loca y abrazarte sería un buen remedio para aguantarme.

El atardecer lo veríamos desde la Mezquita Española. Eso sí, te advierto: empecemos la caminata antes de las siete para que no tengamos que correr y alcancemos a coger puesto en el murito que mira hacia el pueblo. El sol se pondrá sobre las montañas a nuestra izquierda y, si tenemos suerte, veremos un avión cruzar el cielo despejado que dejará su haz que parece espuma en el agua. Seguro escucharemos el llamado a la oración desde ahí arriba, lo que volverá aun más mágico el momento. Podremos observar también una señora arriando a sus ovejas y bajaremos al hospedaje con la ilusión del viaje que haremos al siguiente día: las cascadas de Akchour, que estando tan cerca, no podemos dejar de ir.

Pero siento que escribirte sobre este lugar sería mucho para una sola carta. ¿Te parece bien si lo dejamos para la próxima semana? Prometo que haré que valga la pena la historia de las cascadas de color turquesa que le dieron vida a esta colombiana que extrañaba el agua con todas las fuerzas de su alma. Bueno, no extrañaba el río tanto como te extraño a ti, pero en algo se le parece.

Besitos, Angelita.

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