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Supongo que cada quien en su familia, como los de la película Encanto, tenemos un don. Quienes conocen  algo de la mía, de la familia Mendoza no dudarían en decir que en nuestro caso se trata del periodismo, pues mi abuelo, Plinio Mendoza Neira, les enseñó el oficio a sus hijos, y de ahí en adelante nietos y hasta bisnietas lo hemos recibido en el biberón. Varios resultamos picados por el gen, no se si don, de dedicarnos a hacer revistas, libros o diseñar, tomar fotos, escribir o incluso  incursionar en otros medios. La verdad, en mi caso, confieso que yo, como Mirabel (la de la película) en ocasiones llegué a dudar del don, pues la vara de esos tíos era demasiado alta.

Hoy voy a hacer referencia no solo al periodismo al que el tío Plinio Apuleyo Mendoza, mis tías y mi mamá se dedicaron con alma, vida y sombrero y el que les trajo grandes satisfacciones y reconocimientos; sino también voy a hablar de otros dones, con la intención de que cada quien reflexione sobre los suyos.

Las tías son unos personajes muy de nuestra cultura hispana. Son casi una institución y parte importante de nuestras familias. Hay clanes que tienen, por ejemplo, una tía Lupe que cocina como los dioses, otros una tía Carolina que lee las cartas, o la tía Gloria que se conoce la vida de todos los parientes y otras que quizá sean muy espirituales y rezanderas. Las mías son distintas y muy raras para la época en la que crecieron: no se les daba para nada lo de las labores del hogar, se les quemaba el agua, no sabían coger una aguja y nunca supieron adivinar el futuro, si así fuera quizá hubieran escogido mejor a sus parejas  y hubieran sabido ahorrar.

Sin embargo,  hoy quiero hacer un homenaje a esas, mis tías, que fueron mujeres diferentes y berracas, pioneras, empoderadoras, mujeres de temperamentos fuertes, adelantadas a su tiempo, sin pelos en la lengua y que pasaron por este mundo con tenacidad.

Empiezo por Títere, mi tía Maria Teresa, quien hoy, precisamente, cumple un año de haber fallecido. La tía de ojos grandes y verde azulados como el mar. De mirada transparente,  de esas que revelaban sentimientos, sin ocultar alegrías, amor, complicidad o hasta censura. Títere poseía el don de la música. En su juventud fue la protagonista de la fiestas familiares. Su repertorio llanero lo trajo de Venezuela. Tocaba el cuatro a gran velocidad y con su gran oído podía sacar cualquier canción en varios instrumentos y sin conocimiento de teoría musical. Siempre alegre y positiva enfrentó con tenacidad una larga enfermedad. Amorosa y cariñosa, nos enseñó a ser fuertes y a tener fe. Así su Dios no se llamara igual, no había nada que una “palanquita”, como ella decía, no pudiera contrarrestar.

Mi tía Elvira poseía el don de la franqueza. Decía lo que pensaba sin filtro y eso por supuesto le acarreo más de un problema. Conversar con ella era fascinante pues gracias a su cultura y conocimiento hablaba con facilidad y gran velocidad de literatura, pintura, política o moda. Criticaba con naturalidad y humor tanto a la vecina, como a los príncipes de la realeza. Fue maestra de maestros. Garcia Marquez, en Vivir para contarla, por ejemplo cuenta que gracias a un reportaje de Elvira se le quitó el prejuicio que tenía contra el oficio. La tía Elvira fue directora de importantes publicaciones como Vanidades, en Miami, Activa, en México, Cromos y Aldía, en Colombia. De niños le temíamos por su temperamento imponente, pero la verdad es que era la mas generosa, detallista y muy especial. De ella aprendimos la importancia de la autoconfianza, y a vivir la vida a plenitud y sin medias tintas.

A la tía Soledad la aqueja la enfermedad del olvido. Esa que la convirtió en una viejita que no se parece a ella, que le hace honor a su nombre, sentada hoy en un balcón de su apartamento mirando el Ávila, esa montaña de una Caracas que hoy tampoco nadie reconoce. La tía Sole posee el don de la fortaleza. Fue también una periodista aguerrida y tenaz. Editora de libros de lujo de grandes ciudades, organizaba en su casa fiestas con pintores, escritores e intelectuales reconocidos de todo Latinoamérica. Su temperamento directo la hacia pasar en ocasiones por antipática, pero la verdad es que era leal y muy buena amiga. De ella aprendimos que no vale la pena hacer nada por compromiso.

La tía Inés poseía el don del buen humor. Sus carcajadas contagiosas resonaban con entusiasmo en las sobremesas. Se fue demasiado pronto por culpa de un cáncer que la agarró desprevenida y a mansalva. Fue también una gran comunicadora en Barranquilla en donde vivió varios años de su vida. Era dulce y cariñosa y siempre tuvo un cumplido que le caía bien a mi timidez adolescente. De ella aprendimos que es mejor reírnos de la vida y de nosotros mismos, antes de que la vida se ría de nosotros.

Y por ultimo no puedo dejar de hablar de mi mamá, Consuelo Mendoza, la tía de todos los sobrinos que hoy la adoran como el mejor miembro de familia. Periodista y editora. Fue directora de la revista Diners y de importantes libros de lujo. A Consuelo Mendoza le molestan las flores, las de los piropos y las adulaciones, pero es mucho mas inteligente de lo que cree. Como la abuela Alma Madrigal de Encanto, es la que resguarda los dones de todos, porque a todos cuida y protege. Ella posee el don del positivismo, el de “todo me gusta, nada me disgusta”, el don de la mejor energía y el mejor testimonio de vida. Muchos quisiéramos ser como ella.

Bonito centrarse en reconocer esos dones y no en lo que nos divide ¿No les parece?

 

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