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1.42 billones de alitas se comieron los americanos el fin de semana pasado durante el partido del Super Bowl, el juego mas importante de futbol americano que se disputó este año entre los Rams de los Angeles y los Bengals de Cincinnati.

Todos los años los americanos viven con pasión este día y en las reuniones con familiares y amigos, mientras se ve el juego, el famoso musical del medio tiempo y el estreno de comerciales muy costosos, se comen papitas, chips con queso y guacamole, muchas alitas y se bebe una buena cantidad de cerveza. Este año, alitas hubo suficientes, pero las compraron mas caras (por aquello de la inflación , la falta de fuerza laboral y la crisis en la cadena de suministro que está encareciendo todo) y los aguacates se acabaron en varios supermercados.

Mi familia nunca fue de deportes. Mi papá, cuando era niña, cambiaba el canal cuando en el noticiero empezaban la sección deportiva. Con los años y con un marido muy aficionado al fútbol, al nuestro, yo he aprendido a disfrutarlo, a gritar con los goles de Colombia (tan escasos últimamente – pero esa es otra historia) y a entender lo que significa una afición por un equipo. Pero debo confesar que de fútbol americano no entiendo nada, no conozco los equipos, ni las reglas y mas bien me produce angustia los golpes que se dan. Mi ignorancia y poco interés les resulta muy extraña a la gente aquí en Estados Unidos, en donde vivo hace 21 años.

Como será que a mi hija, cuando estaba en el colegio, le pidieron una mañana que escribiera sobre las tradiciones que tenía su familia para ver el Super Bowl y cuando afirmó que ella no solo no tenía tradiciones, sino que nunca había visto un juego de esos, la profesora de literatura de 10 grado no lo podía creer. “Cómo, ¿no comen queso? ¿Ni chips con salsa?”, le preguntó incrédula. Creo que sintió pena por ella y la puso a escribir de cualquier cosa relacionada al deporte. Ella terminó escribiendo sobre los gritos frenéticos que pega su papá cuando ve partidos de Santa Fe.

Con esos antecedentes, debo confesar aquí que este fin de semana, por primera vez después de llevar tantos años en los Estados Unidos, organicé en mi casa una fiesta para ver el mas americano de los juegos. Pero sin pensarlo demasiado, resolví invitar a los amigos y hacer ajiaco. El mas colombiano de los platillos, que por supuesto no pegaba para nada con la tradición americana. A mi marido no le pareció muy adecuado, pero discretamente no dijo nada. ¿Será una forma de protestar a la llamada aculturación? No lo creo, mas bien hace parte de la manera como los latinos nos adaptamos a este país y a su cultura.

Para nosotros la comida es muy importante. Nos reunimos en la mesa en familia. Con tíos, primos y abuelos. Allí se habla, se discute, se entera uno sobre todos y cada uno , nos reímos los unos de los otros y las sobremesas son extensas. En nuestras reuniones la comida es fundamental. Incluso cuando hay partidos hay un espacio para comer, interactuar y compartir. Ese espacio, el de la gastronomía y de nuestras tradiciones cuando emigramos nos lo llevamos con nosotros. Los amigos se convierten en familia y siempre hay disculpas para compartir con los nuestros. En algunos casos, los hijos pueden incluso no hablar español, pero la comida y las recetas sí se pasan de generación en generación.

Mi protesta en este caso fue quizá rehusarme a comer frente al televisor, una costumbre muy americana. Para mi se pierde la oportunidad de ese espacio que nos integra. No tengo nada contra las alitas, también me encantan, pero creo que mis amigos, todos de origen latino de distintos países (Puerto Rico,  México y Nicaragua) agradecieron y disfrutaron del gesto de hacer algo nada tradicional para un Super Bowl. Comimos ajiaco en la mesa, compartimos la  sobremesa y después disfrutamos de un partido que sigo sin entender, pero que me dio la disculpa para celebrar y departir, cosa que siempre a los colombianos se nos da muy bien.

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