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El reciente triunfo electoral de Javier Milei en Argentina y su irrupción en la política luego de dos décadas de un dominio casi ininterrumpido del peronismo en su versión kirchnerista; es un ejemplo de la crisis política y económica a la que se someten los países del continente desde que se establecieron como repúblicas independientes hace dos siglos, y la esperanza de cambio que de vez en cuando surge en un escenario de decadencia política. El caso argentino es por demás llamativo, ya que su historia nos enseña una larga tradición de oportunidades perdidas que, han llevado a diversos países con un potencial económico elevado, ha una crisis constante en cabeza de políticos corruptos, una inestabilidad monetaria permanente, y el desborde de la pobreza y la violencia.

Desde finales del siglo XIX, los índices de prosperidad en Argentina eran superiores a la de muchos países europeos y comparables a la de la creciente potencia mundial de los Estados Unidos. Además, la enorme migración europea le permitió adquirir una mano de obra calificada y un capital humano formado en la cúspide de la revolución industrial, por lo tanto, su aporte fue definitivo para un rápido desarrollo y crecimiento económico. Sin embargo, una serie de golpes de Estado, dictaduras militares y la llegada del General Perón al poder, dejaron al país sumergido en el populismo, en la falsa idea del Estado benefactor que construyó un régimen que alimentó a una sólida y enorme burocracia estatal para redistribuir la riqueza solo a su pequeña clientela, expoliando el patrimonio del país y usándola como su caja personal.

Lo sucedido en Argentina en las últimas décadas es una historia repetida en diversas escalas en casi todos los países del continente. En palabras del inmortal escritor argentino Jorge Luis Borges: “Estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez”. Esta estupidez en la política de América Latina parece no tener fin, viéndonos condenados a repetir una y otra vez las mismas tragedias. A esta reflexión podríamos agregar otros regímenes populistas y empobrecedores como el chavismo en Venezuela y la reciente llegada al poder del petrismo que, de concretar sus proyectos, tiene fuertes indicios que conducir a Colombia al mismo precipicio, agregando una nueva crisis a un país ya azotado por la corrupción y la violencia.

Los argentinos han depositado sus ultimas esperanzas en el recién electo presidente Javier Milei, quien más allá de lo excéntrico o extravagante de su personalidad, ha adquirido la responsabilidad de conducir al país a un cambio concreto. El tiempo dirá si nuevamente el anhelo de una renovación en la política y la aspiración a un cambio en el historial de los fracasos democráticos son posibles en el continente, o quizás, sea el tiempo de aceptar que cada uno de nosotros somos los responsables de una cultura democrática condenada repetidamente al fracaso, donde la experiencia republicana de dos siglos no ha sido suficiente para crear una sociedad estable y madura que haga funcionar de forma eficaz sus instituciones políticas.

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