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“Seres queridos te miré sañuda

arrebatarme, y te juzgué implacable

como la desventura, inexorable

como el dolor y cruel como la duda…”.

Primera estrofa del poema, A la muerte de, Guillermo Blest Gana (Chileno)

 

Creo que todos los seres humanos tenemos una característica común: en la juventud pensamos que nunca vamos a llegar a viejos y cuando nos acercamos a la vejez, que comenzamos a ver las manifestaciones de ella, nos entra la angustia existencial por lo que esta etapa nos trae. Enfermedades como la hipertensión, diabetes, parkinson, alzhéimer, cáncer, se nos cae el cabello… Nuestro organismo, desgastado por el paso del tiempo y la forma de vida que hayamos llevado, se resiente, ya no es el mismo; aunque queramos decir que seguimos siendo los mismos, que hacemos ejercicio físico, que nos cuidamos, no bebemos, no fumamos… Al igual que un vehículo, nuestras “piezas” se van desgastando. Y a diferencia del vehículo, no nos pueden cambiar o adaptar otros repuestos.

Lógicamente que, al igual que el automotor, habrá personas que por distintos motivos se conservarán en mejor estado que otros. Pero, no nos llamemos a engaño: el paso del tiempo es inexorable y no perdona a nadie. Algunos viven más años, pero nunca podremos volver a ser y a hacer lo que hacíamos antes. Otros, queriendo sacarle el cuerpo a la vejez, exponen sus vidas en cirugías que en vez de ocultar la vejez, la muestran más. Por eso vemos tantos rostros inexpresivos y deformados. El tiempo y la naturaleza no perdonan.

Lo mejor es dejar que nuestro cuerpo adquiera la forma que Dios determinó para nuestra vejez y que nuestros órganos internos se amolden a la nueva realidad. No podemos luchar contra la naturaleza, ni debemos ponernos a decir que “la Generación de Oro” se está yendo, que fuimos mejores que todas las generaciones. Eso es un afán de detener el tiempo y no aceptar nuestra realidad.

Creo que, más bien, debemos tratar de ser mejores personas, cambiar lo malo que hemos tenido, servir a nuestro prójimo. Ya ni la plata, ni el poder nos van a servir de nada. Dice una frase de Mahatma Gandhi: “Si el dinero y el poder te hacen arrogante, la enfermedad y la muerte te mostrarán que tú no eres nada sobre la tierra”.

Además, cada día que pasa nos acerca a la muerte. Un filósofo dijo: “Todo ser que evoluciona, camina hacia la descomposición”. Eso es muy cierto. Cuando era niño, me angustiaba sobremanera cuando pensaba que mis padres y mis hermanos iban a morir algún día. Creo que todos hemos tenido ese pensamiento en algún momento de nuestra vida. Sin embargo, con el paso de los años nos acostumbramos a la idea de que no solamente ellos, sino nosotros y todos los seres de la naturaleza tendrán su fin.

No obstante, nos pone a pensar el hecho de que con el Covid 19 y las vacunas que se aplicaron, sin tener una comprobación científica de su eficacia y duración, se hubiese tratado de hacer una selección por parte de las personas que dirigen el «nuevo orden  mundial» quienes piensan que no les llegará su hora. Yo había perdido a mis padres antes de la pandemia, por su edad y enfermedades; pero, aún no digiero el fallecimiento de mi hermana mayor y uno de mis hermanos menores. Así como no alcanzo a entender la desaparición de muchos amigos, colegas y personas que todavía les quedaba mucho tiempo en la tierra. Creo que es una selección antinatural. Está muriendo mucha gente, sobre todo, de los que nos vacunamos. Parece haber en esas vacunas algo para ir diezmando a la población. En su mayoría, mayores de 60 años.

Si en todo esto hay manos oscuras, que Dios los perdone, porque sólo Él es el dueño de nuestras vidas.

Mientras nos llega la hora, como dice Blest Gana:

» Y yo, sin la impaciencia del suicida,

ni el pavor del feliz,

ni el miedo inerte del criminal,

aguardo tu venida»,

Tratemos de  mejorar y de enmendar los tantos errores que hemos cometido en nuestro transitar por esta vida, para irnos en paz y sean menos los pecados que tengamos que pagar el día de nuestro juicio final.

 

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