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Intentaré desarrollar el argumento de que el colombiano es un ser más bien maluco a riesgo de granjearme insultos. Acometo la tarea con el pleno conocimiento de que más de uno me condenará a los infiernos profundos, pero con la firmeza de quien se siente iluminado por la luz de la verdad. Ojalá esté equivocado.

No mencionaré los casos interminables de corrupción que nos presenta la prensa todos los días, cada uno más espeluznante que el del día anterior. Van rodando cabezas de individuos de cuyos prestigios hace rato se sospechaba que no correspondían con el cargo que ostentaban pero que de todos modos se sostenían interminable e insolentemente y peor, ascendían en la escalera de la administración pública ante el estupor del ciudadano común. También ruedan cabezas de personajes que todos teníamos como honrosas excepciones de pulcritud en medio de un paisaje tristemente contaminado. Pareciera que el noble estamento del servidor público hubiese sido acaparado por una especie de ciudadano aventurero, insensible y codicioso, protegido y auspiciado por una funesta red de intereses egoístas y criminales enraizados en la maraña profunda y oscura en que se ha convertido lo público.

Pero como diría la sabiduría popular, “al menos están saliendo a la luz pública”. Estoy convencido de que donde se levante un tris el tapete, allí encontraremos porquería. Y no solo ocurre en el ámbito de lo público. También en la empresa privada se maneja el amiguismo, la influencia, la guerra de poder, el chanchullo, la supervivencia del más avispado en detrimento del más capaz, el interés creado, y en fin, todas las lacras que han llegado a ser el aceite de la maquinaria en las organizaciones. Pero al menos en el sector privado la platica que se diluye la pierden los accionistas o los dueños de las empresas y no usted y yo, como sí ocurre con la tremenda desplumada de los recursos públicos que estamos presenciando con impotencia los ciudadanos de a pie.

Por supuesto aún quedan remansos de honradez, eficiencia y genuina actitud de servicio, minúsculas islas en el mar de la inmundicia que no han sido azotadas por los huracanes de la codicia y la mediocridad, y si usted se siente ofendido por las palabras que escribí o escribiré, consuélese con la idea de que usted forma parte de esa élite de personas pulcras que anteponen el sentido del deber y del servicio al afán de lucrar y sacar provecho. Ni más faltaba. Todavía quedan. Siquiera. Pero también le aseguro que todo el mundo cree pertenecer a esa élite o ilusamente se considera parte de ella. Si no me cree pregúntele a cualquiera si se considera un pillo y si considera que su trabajo tranza con la mediocridad. Invariablemente la respuesta será no y no, y eso ocurrirá incluso con aquellas personas sobre las que recae toda la sospecha o la certeza de que son unos consumados pícaros. Y no es que los pícaros recalcitrantes hagan gala de un cinismo abyecto y pretendan negar lo evidente. No. Lo que ocurre es que en su fuero interno todos nosotros, los colombianos, nos hemos acostumbrado a convivir con la cochinada y consideramos la transgresión un simple desliz que en nada desdice de nuestra pulcritud ética. Pero eso sí, ante la realidad de un latrocinio como el que estamos presenciando rutinariamente, todos sin excepción nos rasgamos las vestiduras y pensamos que los ladrones y corruptos deberían ser castigados con silla eléctrica, o como dijera recientemente un connotado periodista, los deberían colgar de sus testículos. Pero eso es en abstracto y estamos convencidos de ello, pero en la vida real, enfrentados a la situación concreta, en el terreno, se desdibujan las proporciones y se pierde la perspectiva y es ahí donde comienza a funcionar el colombiano real, el de carne y hueso, el que se acomoda, el que se hace el de la vista gorda, en suma, usted y yo. Como sospecho que usted estará pensando “no señor, nunca, yo no soy así, yo soy la punta de lanza del colombiano correcto, el arquetipo de la transparencia y la diligencia”, entonces ahí sí me toca quedarme callado e inventarme una explicación como que la corrupción generalizada es una orquestación de alienígenas o algo así, algo traído de los cabellos. Pero la realidad es contumaz y toca enfrentarla si se quieren resolver los problemas partiendo de su meollo, que es como se deben resolver. Lo demás son paliativos.

Llegados aquí y suponiendo que usted sigue leyendo, no importa si ya me echó la madre, lo invito a responder el siguiente cuestionario con una mano en el corazón y la otra en la cabeza, es decir despojándose de la coraza protectora, aquella que todos vestimos y que nos hace creer a cada uno que somos la virtud en pasta pero los demás no. Cambiemos por un momento el vestido holgado y complaciente del autoengaño por el más ajustado y doloroso de la autocrítica. No abrigo muchas esperanzas pero hágale si tiene los cojones.

Responda sí o no.

¿Paga sus deudas a cabalidad y en el tiempo pactado? ¿Las contrae con la intención anticipada, férrea e inapelable, de que va a cumplir? ¿o por el contrario se va a relajar una vez que el marrano ha desembolsado el dinero del préstamo?

¿Compra contrabando o copias pirata de libros y películas?

¿Saca a pasear el perro y recoge el excremento o se hace el loco? Si lo recoge, ¿dispone de “eso” apropiadamente o deja la bolsita por ahí en cualquier lado haciéndose a la idea de que “cumplió”?

¿Si es empresario paga a sus proveedores y contratistas en un plazo apropiado o posterga el pago a dos, tres o cuatro meses, forzando a que en la práctica esos pobres diablos financien su empresa?

¿Si tiene empleada doméstica, le paga todos los beneficios y prestaciones a los que obliga la ley?

¿Parquea en una avenida mientras espera a alguien o mientras usted o su acompañante bajan a “hacer una vuelta” que no demora mucho tiempo y en el entretanto les fastidia la movilización a los demás?

¿Cuándo monta bicicleta usa la calzada de los automóviles aunque al lado tenga una ciclorruta?

¿Hace doble o triple fila en un cruce a la izquierda, en todo caso formando filas en mayor número del que puede absorber la vía a la que desemboca? En este punto la conducta más irritante es la de aquellos conductores que se forman en doble fila para hacer la U pero esa conducta atroz es casi exclusiva de los taxistas.

¿Realiza maniobras extremas como atravesar varios carriles para evitarse tener que dar una vuelta grande, teniendo que asumir los demás el costo de una maniobra que solo lo beneficia a usted?

¿En el supermercado pone a su hijo o su cónyuge a formar en otra fila para finalmente pagar en la que llegue primero a la caja, para disgusto de los desdichados a los que les afrijoló adelante un mercado que no tenían contemplado en el momento de comenzar a formar en la fila?

¿En los bancos u otras entidades, le pide el favor al que está detrás que le “guarde el puesto” mientras usted se dedica a otras gestiones?

¿Si alguien le reclama por una conducta incivilizada usted se aguanta y encaja la reconvención de manera constructiva y autocrítica, o sale con el clásico “no sea sapo” tan característico del colombiano o intenta justificarse?

Si por desgracia ocasiona un daño menor a otro vehículo, pongamos, saliendo de un estacionamiento, y nadie se da cuenta, ¿espera al dueño del otro vehículo o le deja un mensaje, en resumen, asume su responsabilidad y responde, o como es lo común se hace el pendejo?

¿Vota?

¿Paga impuestos y no intenta evadir? En este punto tengo mis dudas respecto del carácter ético de la evasión pero eso será tema de otro artículo.

¿Adelanta por las bermas cuando hay embotellamiento?

¿Ha comprado repuestos de dudosa procedencia para evitar los costos de una tienda acreditada, con el conocimiento de que posiblemente se trate de mercancía robada?

¿Ha efectuado giros a la izquierda en cruces en los que una señal o el sentido común indican que se trata de una maniobra incorrecta?

¿Acelera cuando el semáforo cambia a amarillo y hubiera podido frenar holgadamente? ¿Lo hace cuando alcanza a ponerse en rojo? Yo lo he hecho, lo admito,  y para mi sorpresa por el espejo retrovisor advierto que detrás de mí pasan dos, tres, cinco carros más, con lo cual se cumple una de las leyes del cafre, la cual reza que por más cafre que uno sea, siempre habrá otros cafres dispuestos a superarnos.

¿Ha incurrido en la mordida al agente de tránsito para evitar que lo multen? Aquí también abrigo dudas respecto del carácter ético de la mordida pues es sabido que el agente impone la multa con la expresa intención de vacunar al infractor y no por su sentido del deber.

¿Recurre a maniobras torticeras para pasarse por la galleta el Pico y Placa, tales como agenciarse un permiso especial de minusválido o de vehículo blindado?

¿Vota por un candidato pensando que si sale elegido, usted o sus allegados van a obtener un beneficio particular?

¿Celebra fiestas u oye música a un volumen tal que sus vecinos se ven obligados a oírla amparado en la idea de que los colombianos somos alegres? ¿lo hace después de las 10 de la noche?

¿Piensa que en las naciones civilizadas el ciudadano promedio cumple la ley únicamente porque “allá” las autoridades sí son efectivas y drásticas, es decir, por miedo al castigo?

Cuando funge como peatón, ¿respeta los semáforos peatonales o hace caso omiso de ellos si ve que el flujo de vehículos permite cruzar? Según un sondeo “muy por encima” que he podido adelantar en mi calidad de peatón, el semáforo peatonal lo respetamos a rajatabla diez personas en Bogotá, incluyéndome. Los recursos empleados en los semáforos peatonales se han podido aprovechar en algo más productivo, en campañas para proteger a los osos de anteojos, por ejemplo.

¿Piensa que el ciudadano virtuoso es aquel que se apega a la letra de la ley?

¿”Invirtió” en DMG?

¿Es miembro de una barra brava?

¿En política apoya al candidato de su orilla ideológica solo porque siente afinidad con su ideario pero hace caso omiso o minimiza sus más que conocidas sinvergüencerías?

Este cuestionario no tiene otro propósito que invitar a la reflexión. Es verdaderamente triste que este hermoso país ocupado por personas muy capaces pero éticamente blandengues, esté atorado en el subdesarrollo precisamente por nuestra sempiterna incapacidad para pensar y actuar en comunidad.

Es notorio que el cuestionario incluya un gran porcentaje de asuntos relacionados con el comportamiento en el automóvil, pero curiosamente es al volante donde se manifiesta mucho del talante tramposo y violento del colombiano.

Otro aspecto que vale la pena mencionar es que nos hemos acostumbrado a una mentalidad legalista. No es casualidad que estemos “protegidos” por leyes para lo divino y lo humano, para lo grande y para lo chico, para lo grave y lo leve. En definitiva, nos hemos creado la ilusión de que un sistema saturado en leyes no dejará espacio para la mala conducta. Pero lo que hemos presenciado es precisamente lo contrario: gran parte de la trapacería se ha cometido al amparo de la ley. Hay que tener muy presente que hay una gran diferencia entre lo legal y lo justo. Un cuerpo de leyes si no viene acompañado de una sana intención es como un exoesqueleto sin organismo, una mera cáscara.

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