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Cada acción simple (como cerrar la llave o no bañarse un día) a nivel masivo, como lo fue dejar de usar aerosoles con CFC (Clorofluorocarbonos) hace 35 años, sí pueden revertir el riesgo. Lo disruptivo no es pensar en dejar de bañarse. Lo disruptivo es que alterar una rutina tan simple nos permite reflexionar que abrir el grifo, sí tiene límite. 

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Días antes de iniciar el racionamiento de agua en Bogotá, en entrevista con Vicky Dávila el Alcalde Galán decía que no bañarse, para ahorrar el agua de los embalses que surten a la capital, era una medida necesaria y disruptiva. Estoy parcialmente de acuerdo.

No porque crea que la gente no se tenga que bañar o porque no sepa que ya existen miles de personas que no pueden hacerlo a diario, como se lo reclamaron en redes sociales al Alcalde. Más bien porque, es duro pa’l citadino entender por qué, cuatro años después de un encierro causado por la pandemia, ahora en Bogotá debemos someternos a otra restricción: el baño diario.

Pero más allá de una opinión sobre la medida tomada en la ciudad, es importante entender que estamos dando un paso grandísimo en materia de consciencia y, que sea entonces la oportunidad de recordar que el agua no viene de la llave, sino que viene de los embalses… pero más aún, que viaja por los páramos e incluso, para quienes no lo sabían, que antes de los páramos, el agua viene de los bosques de transición como el piedemonte llanero, tras su paso por los bosques amazónicos.

Porque entender el planeta como un sistema y el ciclo del agua como un dibujo más complejo que el de los libros de primaria es, quién lo creyera, uno de los avances tecnológicos más importantes de la humanidad.

Para confirmarlo acudí a Ana María Aldana, bióloga, investigadora y profesora de varias universidades, quien me reveló un tema hasta hace poco desconocido para mí: Los límites planetarios. Además, gracias a esto, la posibilidad de comprender el planeta como un sistema de ciclos y movimientos globales, lo que explica que puntos tan distantes como el desierto del Sahara y la selva amazónica, están tan conectados como el grifo de su casa, estimado lector, con los bosques que son deforestados para la producción de la ternera a la llanera que tanto nos enorgullece como colombianos.

Lo explica así: “el concepto de límites planetarios aparece en 2009 gracias a los estudio del Centro de Resiliencia de Estocolmo (Stockholm Resilience Centre – Stockholm Resilience Centre) y se actualizó en 2023 con las posibilidades tecnológicas actuales, en un avance por entender cómo funciona lo que hoy llamamos sistema Tierra. Allí se determinaron 9 límites para entender el balance que necesita el planeta, el impacto de las acciones sobre este sistema y las consecuencias que estas pueden generar”.

(Pueden conocer los detalles de los límites planetarios acá: Planetary boundaries – Stockholm Resilience Centre)

Así que la acidificación de los océanos, el agujero del ozono, el cambio climático,  el ciclo del nitrógeno y fósforo, la deforestación y otros cambios de uso del suelo, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de partículas en la atmósfera, la contaminación química y, finalmente, el uso del agua; son esas condiciones que nos permiten determinar cómo el planeta, entendido como un sistema (como el sistema circulatorio o el respiratorio en los humanos), puede mantenerse balanceado y ‘sano’ para hacer posible la vida.  

Ya intentaré ahondar sobre cada límite en otras entradas. Sin embargo, es importante entender que si bien ya hemos sobrepasado la zona de riesgo en seis de estos nueve límites, también se ha logrado evidenciar que las acciones masivas sí logran revertir el daño, como ha sucedido al cambiar el uso de elementos contaminantes en los aerosoles, tras el protocolo de Montreal en 1989, para evitar el aumento del hueco en la capa de ozono que hoy, 35 años después, no solo se detuvo sino que se ha venido regenerando ‘naturalmente’ y saliendo del límite de riesgo.

 

Imagen que muestra el tamaño del 'agujero' de ozono el 5 de octubre de 2022.

 

Por esto, y ante la crisis que enfrenta hoy la ciudad, resulta fundamental entender que “los páramos, las sabanas, las sabanas inundables, los bosques… todos los ecosistemas son importantes y absolutamente todas las especies que pertenecen a esos ecosistemas tiene un rol funcional que permite, por ejemplo, que seamos un país rico en agua dulce”, destaca Ana, quien advierte que a pesar de esa riqueza y del avance en el conocimiento sobre nuestros ecosistemas, el que hoy tengamos crisis y racionamiento confirma la necesidad de actuar de manera más consecuente.

“Bogotá avanzó mucho en la narrativa de que los páramos nos dan vida y los páramos nos traen agua, pero ese es un mensaje incompleto. No basta con los páramos, porque sin los bosques de la amazonía y sin los bosques de transición, como los del piedemonte, el agua no llegaría a los páramos y de allí a los embalses”, advierte.

“Se trata de un ciclo, de un sistema. Es algo que los científicos no teníamos tan claro. Un ejemplo de eso es que la gente suele burlarse de los reportes desacertados del IDEAM, pero es que es muy difícil predecir el clima en un lugar que tiene 3 cordilleras, 2 valles, 2 océanos y cientos de interacciones. Lo que no solo requiere repensar esa idea básica del ciclo del agua que aprendimos en el colegio, sino que nos exige pensar en cómo distribuirnos y organizarnos en función de ese ciclo particular del agua, incluso solo para acceder a ella”, explica.

Así que, sea cual sea el día que no pueda bañarse, ojalá el tiempo que usaría para ducharse lo pueda invertir en pensar que la tecnología no es tener la mejor cámara de fotos en su smartphone, sino poder ver cosas fascinantes que antes no conocíamos:

Por ejemplo, cómo los vientos del planeta traen la arena del Sahara hasta el Amazonas para fertilizar esa inmensa selva (cada vez menor) y producir el oxígeno suficiente para que la biodiversidad de esta pueda sobrevivir, pero no para que los humanos podamos respirar. Que la mayor cantidad de oxígeno que consumimos como especie proviene de algas marinas y no del pulmón amazónico, pero que sin la Amazonía no llegaría el agua a los páramos. 

Ojalá los 10 o 20 minutos (o el tiempo que duraría en su ducha) lo utilice para sorprenderse intentando entender que los ríos no solo se encuentran en el suelo y el subsuelo, sino que también existen ríos voladores, o que gran cantidad del agua dulce del planeta está dentro de los árboles y plantas, de los animales y de nuestros propios cuerpos y que la pérdida de estos seres también se traduce en el desperdicio del agua que en ellos (nosotros) existe.

Pero sobre todo, que cada acción simple (como cerrar la llave o no bañarse un día) a nivel masivo, como lo fue dejar de usar aerosoles con CFC (Clorofluorocarbonos) hace 35 años, sí pueden revertir el riesgo. “No se trata de salvar el planeta. El planeta seguirá existiendo con o sin humanos. El asunto es pensar qué calidad de vida y qué expectativa de vida queremos tener como especie en este sistema que conocemos como Tierra”, concluyó la investigadora experta en bosques.

Por eso, lo disruptivo no es pensar en dejar de bañarse. Lo disruptivo es que alterar una rutina tan simple nos permite reflexionar que abrir el grifo, sí tiene límite. 

 

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