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En la antesala de la contienda presidencial para el periodo 2018-2021 en Colombia, las presiones de los diferentes sectores para obtener una mayor tajada del presupuesto nacional, así como garantías para la operación, no se hacen esperar.

Y no es que les falte razón, si bien el momento pre-electoral y la forma de ejercer presión, generan algunas suspicacias.

En un país en el que la inversión social presenta un rezago importante -fruto no sólo de la coyuntura económica, por la caída de precios internacionales de nuestros productos de exportación, sino especialmente por aspectos estructurales, como lo es el no haber materializado la transición hacia modelos de producción/exportación de mayor crecimiento y rentabilidad (vg. servicios), amén del infaltable y diabólico impacto de la corrupción generalizada- la inconformidad con los recursos asignados para cubrir los vacíos históricos está, en todos los rincones, presente.

Sin embargo, me pregunto ¿la solución a estos problemas profundos se puede encontrar mágicamente en las mesas de negociación para levantar un paro? ¿la promesa de una mayor participación en la torta del presupuesto público tiene la capacidad de convertirse en el punto de inflexión para encaminar adecuadamente el crecimiento de estos sectores?

En mi humilde opinión, los dilemas que enfrentan los grupos que han recurrido a los paros en los últimos meses son multicausales y van más allá de contar con dos pesos más o dos pesos menos en la asignación presupuestal de la vigencia.

Poniendo como ejemplo al sector de la educación, que lleva al día de hoy un mes en cese de actividades, es cierto que el gobierno nacional debe hacer un esfuerzo en las finanzas para incrementar los salarios, revisar el escalafón docente, e invertir en infraestructura, alimento, y transporte escolar. Es evidente que las condiciones laborales deben ser dignas y deben estimular a los maestros para que den a los niños y jóvenes lo mejor de sí.

Sin embargo, para que la educación en Colombia vuelva a tener los niveles de calidad de los que alguna vez nos sentimos orgullosos, y repuntemos en los índices de competitividad internacional, se requiere mucho más que esto. En nuestro país hace mucho tiempo que no se hace una revisión profunda de las metodologías utilizadas para la enseñanza. La formación por competencias sigue siendo un discurso no practicado en muchos planteles, y la incorporación de las TIC’s en los procesos de enseñanza-aprendizaje suelen quedar en las tristes tareas en donde la transcripción de antaño se reemplaza por el famoso “copy-paste”, sin pasar por la lectura, análisis y reflexión.

Mientras tanto, países como Finlandia han migrado a la educación basada en resolución de problemas o phenomenon-based learning (PBL), en donde el foco es el desarrollo de habilidades -no la adquisición de conocimiento fuera de contexto- y en donde la tecnología es una extensión natural del ser humano que debe ser gestionada de manera inteligente. Y con estos modelos novedosos, repuntan en las pruebas Pisa y preparan a los jóvenes que en unos pocos años competirán con nuestros niños en el voraz mercado global.

Reinvención profunda de los modelos para brindar una educación integral y acorde al contexto con un claro protagonismo de la tecnología, resignificación de los roles de los participantes en el proceso de aprendizaje con la correspondiente preparación y reconocimiento social del docente, redimensionamiento del componente ético y ciudadano en la formación, son algunos de los aspectos que requieren ser abordados en el sector de la educación de manera urgente, pero que desafortunadamente nunca generan movilizaciones, porque no tienen una traducción inmediata en beneficios laborales  de los docentes o en las posibilidades que tienen los responsables del gasto para la contratación.

Epílogo: Movilizarnos para obtener beneficios personales inmediatos, es un derecho de todos con garantía constitucional. Sin embargo, no debemos olvidar que en cada profesión hay un componente social y que, aunque no recibamos recompensa por ello, tenemos un deber de pensar en lo que estamos sembrando para las futuras generaciones. Ojalá que una vez se logren acuerdos para lograr beneficios particulares, los líderes sectoriales tengan el mismo coraje para convocar mesas de trabajo que permitan hacer las intervenciones de fondo que se requiere para la competitividad y el bienestar general.

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