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Juan, quisiera ampliar lo que charlamos ayer sobre el hombre y la creación.

Hágale, don Bruno, que nada me gustaría más.

Es que, Juan, la creación sin un ser consciente sería una creación de alguna manera estéril, sin vida propia, porque, por espectacular y deslumbrante que es la creación, sin un ser que sea capaz de apreciarla por su propia cuenta, carecería de sentido, carecería de razón, carecería de alma.

Y ese ser consciente que completa la creación resultó ser el hombre, Juan, resultó ser nosotros, y aquí está lo de más, Juan, que el hombre no solo es consciente de la creación en que existe y es capaz de apreciarla y de vivir asombrado de ella sino que es tan inteligente que es capaz de entenderla, de descifrarla, de descubrir sus secretos, de llevarla a su origen y predecir su futuro, de verla en toda su magnificencia, de entender que para su propia existencia hubo que coincidir tantas cosas que esa existencia suya fue tan improbable que deja su inteligencia completamente pasmada.

Y, Juan, yo creo que Dios puso en marcha una creación que tenía una infinidad de posibilidades según las posibilidades de sus elementos y no se dejó a sí mismo saber cuáles serían los resultados del desarrollo de esa infinidad de posibilidades.

Pero seguro que Dios sabía que existía la posibilidad de resultar un ser consciente que podría apreciar y entender su creación y, así, apreciar y entender en algo sus propias características.

Pero Dios no hizo que nosotros fuésemos esos seres conscientes apreciadores y entendedores sino que la posibilidad que semejante ser podría existir se dio en nosotros los hombres, y no dudo que Dios quedó muy contento con nuestro surgir y no dudo que el hombre ha cumplido de sobra todo lo que Dios hubiera querido del ser consciente de su creación.

Lejos de perfectos somos, pero un ser perfecto no estaba dentro de las posibilidades imbuidas en la creación, porque un ser perfecto no tendría sentido en una creación cuya gracia es su heterogeneidad, su gracia es que debía resultar lo que resultara dentro de la infinidad de sus posibilidades, la gracia y la razón por la cual la creación ha podido evolucionar para producir sus incuantificables e inexpresables maravillas es porque es imperfecto.

Es que un ser perfecto lo crea Dios instantáneamente, pero un ser imperfecto que surgió de la imperfección siendo tan inteligente que entendería la posibilidad y el mérito de buscar su propio perfeccionamiento hasta donde le fuese posible dentro de la naturaleza en que existe y según las posibilidades para ello de su propia naturaleza, sí que tiene gracia, y cumple, no solo con la libertad de desarrollo que le fue dada a la creación, sino con el   deseo inherente en la creación de producir semejante ser para que llegase a su propio perfeccionamiento.

Y, Juan, a ese ser imperfecto le tocó cargar con el bien y el mal que aparecieron en la creación con y debido a ese mismo ser, sin que ese ser pudiera ni tuviera como evitarlo, pero teniendo ese ser la inteligencia de distinguir entre los dos.

Don Bruno, la gran pregunta que surge aquí es, ¿cómo llego el hombre a ser tan inteligente?

Das en el blanco, Juan. Con todo lo que hemos hablado hoy, la gran pregunta ya no es cómo llego el hombre a existir, sino cómo llegó a ser tan inteligente.

Pues yo tengo una explicación, Juan, y se lo contaré en otra charla.

Pero ese ser, que es el hombre, es tan inteligente que quiere el bien, por mucho mal que haya causado y sigue causando. En su fondo, ese ser quiere el bien y quiere ser bueno, y con eso cumple el profundo deseo de ello inherente en la creación. Ese ser quiere ser perfecto por su propia volición.

Pues, don Bruno, lo único que puedo decir es que sería una gran lastima para ese ser y para la creación si ese ser se auto extingue sin poder alcanzar su mayor perfeccionamiento.

Es muy difícil que lo evite, Juan, porque el hombre está lejos de superar el mal y la raza humana esta demasiado dividida, pero como es tan inteligente aún hay esperanzas, Juan.

Pues si, don Bruno, fíjese que usted y yo hemos propuesto una solución que bautizamos “Bienestarismo” para que el hombre supere  la amenaza que él mismo creo para su supervivencia, y más que eso, para llevar al hombre a la plenitud de su existencia en la tierra y, así, en la creación, y eso sería ya cumplir por completo el deseo inherente de la creación.

Y usted y yo, Juan, somos suficientemente inteligentes para saber que la solución que hemos propuesto del bienestarismo bien puede ser la única solución, por difícil que sería lograr la unidad de la humanidad bajo su forma de crear riqueza, llamada capitalismo,  para llevar el bienestarismo a cabo, de modo que esperemos que la inteligencia humana venza.

La humanidad es el santo grial de la creación, don Bruno.

Muy bien dicho, Juan.

O se podría decir también, Juan, que la humanidad es la llama de la vela de la creación.

Don Bruno, no hemos llegado a la ley de la naturaleza para el gobernar del hombre.

No, Juan, y de pronto falta otra charla para llegar, pero siento que hemos invertido nuestro tiempo muy positivamente en esto mientras tanto.

Mejor imposible, don Bruno.

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