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De cómo el presidente y algunos de sus aliados en el departamento de justicia trataron de cambiar el resultado de esa elección

Termostatos inalámbricos inteligentes fabricados en China que manipularon las máquinas de votación; personajes que desde Italia utilizaron tecnología militar a control remoto con ese mismo fin.

Son apenas unas de las interminables teorías fantasiosas que propagaron los aliados del expresidente de los Estados Unidos, y que terminaron con un alto funcionario del departamento de justicia –junto al expresidente mismo- imputado con otras 17 personas en el estado de Georgia por delitos como asociación para delinquir.

El punto de partida de este episodio puede remontarse a finales de noviembre del 2020, justo antes de las elecciones presidenciales, cuando William Barr, el entonces fiscal general, fue citado por el presidente a una reunión con el jefe del gabinete y un asesor presidencial.

Como era ya recurrente, todo se reducía a reclamarle sobre la ineficacia de ese departamento con respecto al supuesto fraude electoral, y a un eventual enjuiciamiento al expresidente Obama, y a la familia Biden. Estos constantes reclamos habían producido ya un resquebrajamiento en su relación con el fiscal, su más poderoso aliado político.

Cabe recordar que para sus opositores demócratas, este último se había convertido en el gran villano del gabinete, acusándolo de politizar el departamento de justicia, y de ponerlo al servicio de los intereses personales del presidente.

Pero de acuerdo como aparece en el libro “Traición: El Acto Final del Show de Trump” de Jonathan Karl, corresponsal en jefe de noticias de la cadena ABC, el fiscal ya había concluido de tiempo atrás que jamás se habían aportado pruebas creíbles que pudiesen modificar el resultado de la elección. Ya en una entrevista previa del señor Karl al fiscal, este le había manifestado que “siempre sospeché que ahí no había nada, que todo era “puro bull sh***.”

El libro, al cual nos referimos en una entrada anterior bajo el título “Autocracia y Playboys,” resultó tan confiable, que muchos de los temas tratados aparecen confirmados en las investigaciones por parte de los comités del senado, de la cámara, y del propio departamento de justicia.

Mencionábamos en esa entrada que el expresidente, en busca de asegurar su reelección, instaló como jefe de personal, entidad relativamente desconocida pero de enorme influencia, a su maletero de confianza, quien fue llamado recientemente a rendir testimonio ante un “Gran Jurado.”

Armó su equipo con un grupo de activistas jóvenes, y ciegamente fieles al presidente, pero sin experiencia alguna. “Muchos eran sus amigos, y había un montón de mujeres. Contrató a veinteañeras bellas, y muchachos que de ninguna manera pudiesen representarle la más mínima amenaza para levantárselas,” se lee en el libro.

Habría de emprender una “verdadera cacería de brujas,” intimidando a los miembros del gabinete, escarbando los registros de votación y sus cuentas en las redes sociales. Pero al final del mandato, volcó su atención a las elecciones. Se metamorfoseó en asesor legal, y envió una nota al vicepresidente con instrucciones sobre cómo anular el resultado de una elección.

Retomando el tema del fiscal, en vista de que en esa reunión de noviembre el expresidente insistía en sus reclamos, a éste no le quedó otro camino que enfrentarlo, contestándole que “el problema no es la ausencia de justicia, sino la falta de evidencia.” Llegado el momento, no le quedó otro camino que hacer público su pensamiento.

Para ese efecto, de acuerdo con el libro, y como ha sido ampliamente reseñado, citó a un almuerzo a su jefe de gabinete, a un portavoz del departamento de justicia, y a un reportero de una importante agencia de prensa. Hablando con la boca un poco llena, pronunció unas palabras que dejó aturdidos a sus comensales.

“¿Puede usted repetirlo?” le preguntaron el portavoz y el periodista.

“A la fecha, no hemos encontrado fraude en una escala tal que pueda haber afectado el resultado de las elecciones,” respondió el fiscal.

Bastaron segundos para que la noticia se regara. Por supuesto, fue citado de urgencia por el presidente.

“¿Usted dijo eso?” Le preguntó. “Sí,” le respondió Barr.

“¿Cómo p….me hizo eso?” “¿Por qué lo dijo?” lo increpó el presidente, con la mirada y el comportamiento de un hombre loco, de acuerdo con el libro.

“Porque es cierto,” fue la respuesta.

En diciembre 14, renunciado ya el señor Barr, y faltando muy poco para el cambio de gobierno, el señor Jeffrey Rosen fue nombrado como fiscal general encargado.

Como aparece en el libro, y en muchos medios, en diciembre 27 de 2020 el presidente instó al señor Rosen, y a su diputado, a hacer un pronunciamiento público, en el cual “deben limitarse a decir que la elección fue corrupta, y dejar el resto a mí, y a los miembros republicanos del Congreso,” -táctica que ya había utilizado con uno de sus abogados en su disputa contra los Biden en Ucrania. El nuevo fiscal le respondió que “preferiría no tomar esas medidas.”

Por esos días, un representante de su partido le mencionó al presidente sobre un abogado poco conocido, de apellido Clark, que trabajaba en la división del medio ambiente en el departamento de justicia, quien sabía de legislación ambiental, pero prácticamente nada en legislación electoral. Le mencionó que creía en una historia sobre termostatos chinos, y que el departamento de justicia debería hacer algo al respecto.

Una vez presentado al presidente, este abogado les enseñó al señor Rosen, y a su diputado, un largo documento dirigido al gobernador y a los líderes republicanos en el congreso de Georgia, en el cual los instaba a citar a una sesión de urgencia sobre fraude electoral, y sobre la necesidad de nombrar nuevos electores- advirtiendo eso sí que no había comprobado los hechos.

“No veo inconvenientes válidos para enviar la carta. Pienso que no deberíamos dejar innecesariamente que siga creciendo el musgo,” aparece que dijo en el libro.

“No hay chance de que yo firme esa carta, ni nada remotamente parecido,” le respondió el diputado al señor Clark. “Confirmo que no estoy preparado para firmar esa carta,” contestó por su parte el fiscal Rosen.

Finalmente, el abogado se la entregó al presidente, manifestándole que él estaba dispuesto a hacer lo que otros se negaban.

En enero 3, el abogado ambientalista le informó a Rosen que a partir de ese momento él estaba a cargo del departamento de justicia, a lo que éste le respondió que necesitaba oírlo en boca del presidente.

Previo a esa reunión, programada para esa misma tarde, los altos funcionarios del departamento habían acordado que, de llevarse a cabo el nombramiento, se produciría una renuncia colectiva.

En medio de un batallón de abogados y funcionarios de la Casa Blanca, el presidente colocó a los dos candidatos frente a frente, como solía hacerlo en El Aprendiz. Todo terminó con el señor Rosen manteniendo su puesto, con lo cual al presidente solo le quedaba un camino: acudir al vicepresidente Pence.

Uno de los puntos que deberá ser aclarado en el juicio es si este episodio fue un hecho aislado, o si por el contrario hace parte de un entramado mucho más grande, como una asociación para delinquir.

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