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Fruto, de la escritora y periodista mexicana Daniela Rea, es una conversación profunda sobre el cuidado. Se trata de un libro híbrido que contiene apartes ensayísticos, entrevistas, fragmentos de diarios y algo de crónica. Es fascinante cómo tantos formatos están hilados con total desenvoltura. La maternidad, como modelo del cuidado por excelencia, atraviesa el contenido. Pero también lo hace el cuidado de los padres, de los hermanos menores, de la pareja, de un enfermo, históricamente a cargo de una mujer.

Es un libro que problematiza el cuidado y sus contradicciones. No lo entiende solo como un trabajo que no ha sido remunerado, un debate contemporáneo o una columna invisible de la economía capitalista. Lo observa como una actividad colectiva en deuda con las generaciones de mujeres a las que se les ha dicho que su dedicación al cuidado es un sacrificio de amor, cuando también es el abuso de las tareas asignadas a las mujeres de las familias. Aunque el recorrido del libro ocurre en México, es una realidad extrapolable, al menos, a todo el contexto latinoamericano.

Problematizar el cuidado pasa por revisar la tensión entre el sentimiento altruista de la entrega y el desgaste físico, emocional y mental de quien cuida. Hay días de satisfacción y alegría, pero también de agotamiento, renuncia y pesadumbre, mucho más si el cuidado se lleva a cabo bajo la fuerza o en entornos violentos. Parece que la escritora no estaba buscando esa violencia, pero la encontró en muchas de las entrevistas que hizo para el libro. Eso la condujo a las hijas vulneradas por el peso del cuidado de sus padres, a las mujeres que decidieron no tener hijos porque ya habían criado a todos sus hermanos menores, a las madres que ya no podían (o no querían) cuidar a sus hijos. Escribe Daniela Rea que hay cosas que se pueden entender desde la perspectiva de una madre, pero no de una hija, pues a la segunda le cuesta ver a la madre como una mujer al margen de su maternidad.

Fruto pone el foco sobre el dolor de la soledad en el cuidado y por eso la autora habla de la necesidad de un cambio de paradigma: el cuidado debe ser una tarea colectiva en la que tiene que intervenir el Estado para remunerar y proteger al cuidador. En esa dirección, Daniela Rea ejemplifica con su propia experiencia de la maternidad, de las diferencias en el cuidado de una y otra hija, y de los desafíos de hacer malabares para que las vidas familiar y profesional se sostengan. Para eso se vale de diálogos con otras mujeres, de una entrevista a su propia madre —que a su vez la lleva a pensar en su abuela y en todo el linaje femenino de su familia— y de sus recuerdos de infancia como hija y hermana.

El cuidado, por la responsabilidad que supone, es tanto una promesa como un miedo que acarrea culpa: por cuidar y dejar de hacer ciertas cosas, o por no cuidar y priorizar otras. En ese sentido, los fragmentos del diario de la escritora son valiosos porque muestran la crudeza de los días difíciles, la belleza de los momentos en que sus hijas le dan más sentido a su mundo, y lo que las mismas niñas tienen que decir a propósito del cuidado. La percepción del que recibe los cuidados se analiza poco, más si se trata de niños, pero este libro demuestra que tienen mucho que decir de la paciencia y de la sensibilidad propias de los ciclos vitales de conservación, asistencia y servicio.

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